jueves

Somos hijos de nuestras decisiones

Somos libres, pero sólo hasta cierto punto, pues, estamos sujetos a las necesidades de la vida. A veces, sentimos la libertad más que como una ventaja, como un peso y una carga. Tenemos que elegir, tenemos que decidir. Y eso implica tener que decir no a muchas cosas, para poder decir sí a lo que más nos importa. Más que hijos de nuestro tiempo, somos hijos de nuestras decisiones. Nos realizamos o fracasamos.
Nuestra vida se va construyendo golpe a golpe sobre nuestras decisiones. Y esas elecciones y en última instancia entre la vida y la muerte (Eclesiástico 15, 15:20). Es decir, o elegimos lo que conduce a la muerte (odio, insolidaridad, egoísmo), o lo que conduce a la vida (el amor, la fraternidad, el perdón).
Tomando a Mateo 5, 20-22, 27-28, 33-34, 37, nos advierte Jesús contra la extorsión de los legalismos. Dice: "Si la justicia de ustedes no es mayor que la de los letrados y fariseos, no entrarán en el Reino de los cielos". No basta con obedecer la ley sino al espíritu de la ley. Hay que obedecer a Dios. Jesús aduce una serie de situaciones concretas, tomadas de la realidad de la vida.
No sólo cuenta lo que hacemos, sino el cómo y por qué lo hacemos, es decir, las actitudes. lo que importa es la dignidad humana: ¿Qué idea tenemos y proyectamos del otro? Si el otro es sólo un competidor, cualquier trampa nos parecerá justificada; si el otro es sólo un consumidor, cualquier abuso nos parecerá lícito; si el otro es un Don Nadie, seguiremos marginando a los pobres, despreciando a los drogadictos, echando de la vecindad   a las minorías étnicas y maltratando a los inmigrantes...  Pero nosotros creemos que el prójimo es mi hermano. Nosotros creemos que todos somos iguales en dignidad sin distinción de raza, ni de credo, ni de sexo. Esto es ser cristiano. Hay sólo una dignidad: ser hijos de Dios. Todo lo demás son servicios.